Como ya había
dicho, era la semana de Navidad, era de noche y mi marido tenia cena de
empresa, así que cenamos solas mi pequeña y yo. Después de recoger y jugar un
poco con ella, me decidí dormirla. Con todo lo que había sucedido aún no dormía
en su cuarto, tenía su cuna al lado de mi cama. En la habitación a oscuras, ya
que entraba luz de la farola de la calle, la dejé acostada y empezaba el
martirio de casi dos horas para dormirla. Durante la cena me sentía algo
intranquila porque tenía la sensación de que me observaban, así que estaba algo
alerta, ya que hacía ya tiempo que no era capaz de percibir nada, pero esa
noche sí. Cuando apenas llevaba una hora en la habitación, mi niña quería leche,
así que la dejé y me marché hacia la cocina a oscuras, solía recorrer la casa
así, estoy acostumbrada, además de que entraba algo de claridad por las farolas
de la calle. Calenté la leche y sentí algo en el comedor, fui a ver y a pesar
de que no vi a nadie, sabía que estaba cerca. Cogí el biberón y volví al
dormitorio, media hora después ya estaba dormidita. Pero yo no podía dormir, ni
si quiera me acosté, la pequeña estaba muy intranquila también, así que cada dos
por tres le ponía la mano encima y le decía “tranquila a dormir…” Me entró
hambre y me fui a la cocina, pero antes entré al comedor, esta vez sí lo sentí
muy cerca, estaba allí, note que se acercaba y se me puso la piel de gallina
porque notaba que estaba muy enfadado, tenía mucha rabia, ira, me dio mucho
miedo porque percicia que era contra mí por haber intentado deshacerme de él.
Asustada no sabía qué hacer y llamé a mi marido, pero con tan mala suerte que
empezó a sonar su teléfono en una chaqueta del trabajo, se le había olvidado.
Creo que ahí aun me asusté más porque me sentía sola y no me veía con la fuerza
suficiente de poder defenderme ni a mí ni a mi hija, jamás hubiera pensado que estaría
tan pérdida, tan agotada de luchar día tras día. Corrí hacia el dormitorio, mi
hija estaba de pie en la cuna y le dije “no pasa nada cariño, acuéstate que
mamá está aquí", pero ella no quería acostarse, miraba hacia la puerta y
señalaba con el dedito. Me giré y fui hacia la puerta y la cerré; pero ella
seguí igual y decía “está ahí, ahí, ahí…” De pronto se calló y nos quedamos las
dos en silencio mirándonos, yo le sonreí para que viera que no pasaba nada pero
de repente se escuchó un golpe muy fuerte, como si hubieran dado un puñetazo
contra una puerta. Yo estaba sentada cara la cuna y me gire para ver la puerta
que estaba cerrada, al momento escuchamos otro golpe contra otra puerta, pero
más cerca del dormitorio. El corazón me iba a cien por hora. Luego llegó un
tercer golpe más próximo, era como si fueran golpeando las puertas que venían de
paso hacia el dormitorio principal. El cuarto golpe sonó fuertísimo, lo dieron
en la puerta de enfrente de donde estábamos, estaba muy asustada, sentí como se
quedaba detrás de nuestra puerta. Mire a mi hija que miraba hacia la entrada
con curiosidad, pero yo ya no me atreví a girarme, me levanté y fije mi vista
al espejo donde veía todo el cuarto, incluso la puerta. Lentamente la manivela empezó a bajarse
para abrirse. Estaba aterrada, fuera de mí, estoy segura que si yo
hubiera estado bien y no tan hecha polvo como me encontraba, hubiera salido del
dormitorio al primer golpe a enfrentarme a “mi inquilino fantasma” pero el
pánico se apoderó de mí. Cuando la puerta hizo el “clic” de que estaba abierta
y vi en el reflejo que lentamente se abría, me puse histérica, me subí de pie
encima de la cama y empecé a gritar como una loca “¡BASTA, BASTA! ¡DEJANOS EN PAZ! ¡VETE, FUERA
DE AQUÍ! ¡VETE, MARCHATE!” Mi hija se puso a llorar asustada, imagino que de
verme así. La puerta se abrió del todo pero “él” se había ido. Me giré entonces
con la respiración entrecortada y el corazón que se me salía del pecho y sentí
que se había ido, el pánico, el miedo, todo había desaparecido en cuanto se
marchó. Bajé de la cama y cogí a mi pequeña, que aun lloraba, en brazos para
tranquilizarla. Luego a oscuras recorrí cada parte de la casa, cada cuarto y
nada, no estaba. Volví al dormitorio, se había dormido en mis brazos y la
acosté, durmió tranquila el resto de la noche. Miré la hora y pasaban de la una
de la madrugada.
Me prometí a
mi misma que nunca más dejaría que el miedo me dominara. No podía dejar crecer
a mi hija pensando que debía tenerles miedo, cuando no era así, nosotros somos
más fuertes. Gracias a Dios esto no lo recuerda y no les tiene nada de miedo,
aunque se encuentre con “ellos”. Porque en realidad son a los vivos a los que
hay que temer, ellos si pueden hacerte daño, pero los muertos, no pueden, si
no les dejas. He de decir que esta fue la única vez, hasta el día de hoy, en el
que un espíritu me ha hecho sentir terror y me ha hecho daño. No voy a negar que
otros me han asustado, pero ha sido por su aparición improvista o inesperada,
al igual que cualquiera, vivo, puede
darte un susto.
Creo que el siguiente capítulo será el último del piso, pero no
mi última historia.