Con forme
pasaban los días sentía que “él” estaba
en casa, nunca lo veía, pero lo escuchaba y lo presentía. Me resultaba muy violento
sobre todo cuando sabía que me observaba en el dormitorio y a veces en la
ducha, le pedía que se marchara, lo hacía pero seguía merodeando, nunca se iba
definitivamente. Pero hubo un cambio, a los pocos meses me di cuenta que no era
el único que vagaba por mi piso. Había también una familia completa, eran un padre,
una madre y dos hijos, niña y niño, de unos 4 y 7 años respectivamente. No eran
de la misma época de mi “inquilino” sus vestiduras eran más antiguas, ella iba
de negro y él llevaba ropa de campo, eran muy humildes y jóvenes. Me percaté que mientras estaban a mi
alrededor, el “otro” no se me acercaba, entonces sin darme cuenta me acercaba a
ellos, hablaba con ellos, siempre estaba acompañada y no me disgustaba, puesto
que había días que mi marido ni si quiera venia a comer por la faena. Sin darme
cuenta los trataba como si estuvieran vivos, me sentía tan cómoda que olvidé
que lo que estaba haciendo no era correcto. Ahora cuando lo recuerdo parece
todo tan absurdo, ocurrían cosas tan poco normales que para mí se convirtieron
en el día a día. Os contaré unas pocas para que me entendáis. En ocasiones
cuando miraba la televisión, cambiaban el canal y entonces les decía que
volvieran al que yo tenía puesto porque estaba viendo una película y lo hacían;
a veces iba cargada con algo y me cerraban la puerta y yo les pedía que se
dejaran de bromas que iba cargada, que abrieran y abrían; por las mañanas daba
lo mismo a la hora que me levantara, cuando lo hacía me ponían la radio, me
gastaban bromas de cambiar cosas de sitio, en pocas ocasiones les escuché
hablarme pero la mayoría no entendía lo que me decían. Mientras todo esto
ocurría sentía que mí “inquilino” cada vez estaba más enfadado, de hecho en
varias ocasiones, familiares míos que vinieron de visita me dijeron que tenían
que marcharse porque sentían una presencia mala que les hacía sentirse
enfermos. Entonces empecé a preocuparme, porque tenía miedo de que fuera a
peor. Recuerdo que un día, a última hora de la tarde, estaba preparando la cena
y no podía quitarme la idea de desarme de “él” y que también debía de hacerlo
con la “familia fantasma” con la que tenía un extraño vinculo, me di cuenta
entonces el mal que hacia tratándolos como vivos, por puro egoísmo de no estar
sola y de que hicieran de muro entre el otro y yo. Debía pedirles que se
fueran, porque ese no era su lugar y me
sentía como si fuera a traicionar a unos amigos. De pronto noté que se me ponía
la piel de gallina, sentí mucho miedo y no me atrevía a darme la vuelta. Lo
hice lentamente y allí estaban los cuatro, rodeándome, nunca hasta ese momento
los había visto tan claramente, siempre habían sido como medio invisible o
sombras parciales, pero los vi, estaban tristes y al mismo tiempo vi en sus
rostros como si yo los hubiera defraudado porque los iba a echar de casa, como
si supieran lo que pensaba hacer. Se acercaron rodeándome tan cerca que por un
momento pensé en salir corriendo, estaba tan asustada que el corazón me iba a
cien por hora y las manos me temblaban. De pronto desaparecieron y me sentí muy
sola. En los días siguientes mientras pensaba que hacer para echarlos a todos,
notaba que se mantenían lejos de mí. Mi madre, tras contarle lo que me ocurría,
me dijo que hacer para echarlos de mi casa.
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